por Matías Martinez
Las aguas de la política local empiezan a agitarse un poquito. Después de meses (años) de una política (y una gestión) de muy baja intensidad, ayer los colonenses nos vimos sorprendidos ante la noticia de un enroque de piezas en el gabinete municipal.
Las formas fueron las habituales: a través de un comunicado escueto y redactado con palabras simples, acorde al vocabulario que maneja su autor, el intendente Walser nos anoticiaba acerca del desdoblamiento de la secretaría de Gobierno y Hacienda. La nueva secretaría de Hacienda estará a cargo del contador Rodolfo Minatta, mientras que la secretaría de Gobierno será para el bachiller Mariano Bravo.
Nada dice el anuncio sobre el destino de la persona que hasta ahora ocupaba la sumatoria de ambos cargos, Gabriel Schild, aunque en los pasillos de 12 de Abril al 500 se venía murmurando hace tiempo que su vínculo con el mandamás estaba deteriorado y que ya tenía un pie y medio afuera de la gestión. También se rumoreaba que el funcionario buscaría evitar quedar “pegado” a los recientes escándalos de corrupción, concretamente la contratación irregular de equipos de refrigeración y la causa por manejos poco transparentes en la Caja de Jubilaciones.
Las dos oraciones que componen el comunicado sí mencionan que los cambios tienen por objetivo “optimizar procesos administrativos” e “impulsar muchos proyectos”.
No hace falta ahondar en el primer concepto. Los millones de pesos dilapidados en una Fiesta de la Artesanía deficitaria; en las compras directas de una Emergencia Vial que no ha logrado recuperar una cuadra; en organizar eventos para promocionar un Parque Industrial que solo existe en el relato; y en un sinfín de etcéteras, hablan por sí solos de una administración que no es óptima. Sobre el segundo punto solo podemos adosar un “veremos”, seguido de varios puntos suspensivos.
Hasta ahí los hechos. Sobre las implicancias políticas, el “rosqueo”, lo que puede verse es un nuevo tropezón contra la piedra que siempre resultó para Walser la Secretaría de Gobierno. Y es que esta cartera es el verdadero pilar de cualquier intendencia, el Ejecutivo que ejecuta mientras el intendente postea sus historias y graba sus reels.
En su primera gestión, cuando eligió a Schild para ocupar el lugar de Trevisán, lo que se podía leer claramente era la intención de reemplazar a un funcionario con alto perfil político y vuelo propio por un cuadro técnico de su confianza. Ahora, con Bravo, eligió directamente a un subordinado eficiente. Walser en su hacer político no entiende de pares, compañeros ni aliados; solo tiene enemigos o empleados. Y a sus empleados más serviles los nombra como secretarios.
El intendente se armó un gabinete donde las decisiones importantes las toman su señora esposa y cuatro de sus mayores genuflexos, personas que le dirán lo que él quiera oír; que le mostrarán lo que él quiera ver. Si hace un siglo se hablaba de “el diario de Yrigoyen”, hoy -en tiempos de redes sociales- resulta certero que en Colón hablemos de “el algoritmo de Walser”.
Mientras tanto, los colonenses no debemos ilusionarnos con que venga una “administración optima” ni que se impulsen “muchos proyectos”. Sí podemos esperar, en cambio, una profundización del walserismo más explícito: personalismo extremo, discurso vacío, reels que rozan el ridículo y tal vez, solo tal vez, la receta de alguna pasta frola.
De gestión, nada.