Eran solo dos guantes llenos de agua, pero para muchos fue lo más parecido a una caricia humana en medio del fin del mundo.
Era Brasil. Era pandemia. Era una unidad de cuidados intensivos llena de silencio, de alarmas, de suspiros entrecortados. Y también de soledad.
Los pacientes estaban dormidos, intubados, sin fuerzas, algunos colgando de un hilo... y sin nadie que pudiera tomarles la mano porque las visitas estaban prohibidas. Porque el miedo se habÃa metido hasta en los pasillos del hospital. Y porque incluso los abrazos se volvieron peligrosos.
Pero en medio de esa frialdad, una enfermera hizo algo que jamás enseñan en la universidad: tomó dos guantes quirúrgicos, los llenó con agua tibia y los ató, colocándolos uno en la palma y otro en el dorso de cada mano del paciente, como si alguien le estuviera sosteniendo la mano todo el tiempo.
No eran guantes... eran compañÃa. Eran calor. Eran presencia. Porque aunque esos pacientes no podÃan abrir los ojos, aunque no podÃan hablar ni moverse, sentÃan.
Y sabÃan. SabÃan que no estaban solos. SabÃan que, de alguna forma, alguien estaba allÃ.
La llamaron “La mano de Dios”.
Pero era simplemente la mano de una mujer con vocación, de alguien que entendÃa que la medicina no siempre cura, pero siempre puede acompañar. Cada guante colocado era un acto de amor. Cada paciente que sentÃa ese abrazo artificial, sentÃa menos miedo, menos abandono, menos dolor.
Y aunque muchos de ellos pasaron a mejor vida, lo hicieron sabiendo que alguien los habÃa amado sin siquiera conocerlos.
Esa enfermera, sin nombre en los medios, sin fama ni premios, nos enseñó la verdadera esencia de la profesión: cuidar el alma cuando ya no se puede sanar el cuerpo, abrazar en silencio cuando el mundo entero está en caos. Y nunca, jamás... permitir que alguien se sienta solo.
En tiempos donde la distancia era norma, ella eligió acercarse como nadie más supo hacerlo. Y su gesto, tan simple, tan humano,
sigue recordándonos que, a veces, no se necesita tecnologÃa, no se necesita una cura milagrosa... solo se necesita corazón.