Supongamos esto: vos le das al panadero $ 5.000 por mes para que pueda comprar la materia prima y hacer pan para el barrio. Todos los vecinos de tu cuadra hacen lo mismo, $ 5.000 al mes cada uno. El panadero junta la plata de todos los vecinos, se pone a amasar, el aroma a pan calentito inunda la cuadra... y cuando vas a buscar pan, te la cobra a $ 2.000 el kilo. Eso cada vez que quieras pan. Si no querés, no importa. Pero al mes siguiente, deberás aportarle otros $ 5.000 al panadero y así mes a mes.
Parece una tomada de pelo, ¿no? Bueno, así funciona la obra pública en Colón.
Desde el municipio anuncian con bombos y platillos que llegan los cordones cuneta para Noailles entre Cantón de Valais y González; Reibel entre Cantón de Valais y González; Tucumán entre Cantón de Valais y González y Berin entre Noailles y Mitre.
Como ya dijimos en su momento, los vecinos, que ya pagan tasas municipales, tienen que volver a poner plata si quieren ver una mejora en su cuadra. Es decir: el Estado cobra impuestos para hacer obras con tu plata... y te lo vende después como si fuera un regalo.
Y no estamos hablando de una ciudad con grandes inversiones en obras, eso es evidente y lo sabés. Salvo algunas excepciones muy visibles —y muy céntricas, por supuesto— el resto de Colón sigue esperando que el municipio se acuerde de que también existen calles sin asfaltar, zanjones abiertos y barrios enteros sin una sola mejora en años.
Eso sí: cuando por fin llega una obra, llega la factura. En vez de agradecerte por sostener el enorme aparato público municipal lleno de altísimos sueldos, te cobran la entrada para ver cómo hacen algo.
Tal vez en Colón la verdadera obra de "ingeniería" no sea "civil", sino psicológica, al lograr que sigamos pagando impuestos para obras y luego la obra, sin preguntar por qué.