Si uno lo mira así, rápido, puede pensar que se trata de una pintura del post impresionismo de Vincent Van Gogh, dotada de más luminosidad en su totalidad, mostrando con el puntillismo que determinó sus últimos años de vida, después de haber pasado por una influencia impresionista de la época (1886) y de los grabados japoneses.
No es una tela pintada con las pinceladas rotas de esa pintura al aceite, dejadas suavemente en el lienzo, así como al pasar, marcando una variación de colores mágicos que dan forma a un árbol rodeado quizás por construcciones y contenido desde arriba por nubes violetas con dejos verdes y esa línea celeste que demarca el mismo firmamento azul soleado detrás, rompiendo así con el renacentismo artístico donde la figura principal era la perspectiva. Podría tratarse de figuras geométricas, logrando fragmentar líneas y superficies con perspectivas múltiples, obteniendo la representación de las partes del objeto sin un punto de vista óptico único. Podríamos interpretar los colores dispersos sobre la tela de una forma curiosa, mostrando colores que resaltan
Tampoco es un estilo de arte cubista, como lo marcaría años después el genio de Picasso, dejando entrever las formas reales con líneas rectas y curvas, mezclando colores para hacernos ver lo verde de una pradera en dos dimensiones plasmando un retoño de vida hacia la derecha, en un mar de infinitos todos de verdes y lilas dejando entrever el perfume del lugar...
No, no es nada de eso, es una foto aérea de las piletas de oxidación de líquidos cloacales y del basurero, tal como está hoy, con toda la podredumbre y contaminación que eso significa.
Lucas M. Beber
#YoOpino2018
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