por Lucas M. Beber
Pensé en escribir algo nuevo, algo distinto, algo que llegara al alma del que leyera esto, y por más que lo intenté, no me salió la parte creativa... así es que me puse a pensar un poco en lo que soy y gracias a quien lo soy.
Siendo una criatura, me acuerdo de algunas cosas importantes para mí...
¿Te acordás cuando íbamos a laburar al campo en moto, y aprendí a vacunar a los pollitos y a dar vuelta el piso del galpón, a llenar los comederos, a...? O cuando viajábamos a Buenos Aires con la Mitsubishi L100 a buscar cosas para el negocio, dormíamos en la cabina, a la mañana temprano cargábamos y a la vuelta cuando pasábamos la caminera de Ceibas, el infaltable choripán con una coca y manejaba yo vuelta a casa (un delirio tuyo, claro). Y me enseñaste a ser responsable...
También vino de repente las veces que, jugando a la pelota con los chicos del barrio en el terreno frente a casa a la siesta, por ahí un pelotazo terminaba en la ventana o en la puerta y aparecías caliente y nos sacabas la pelota...y te odiábamos todos. Y me enseñaste respeto.
Cuando a la noche cenábamos los gurises primero, para que no rompiéramos las pelotas después y que pudieran estar tranquilos ustedes... y no podíamos ver a Martín Karadagián -que bronca, loco- porque estaba a más tarde. Y me enseñaste a respetar la palabra de los mayores.
Obviamente me acuerdo las veces que, por ser el mayor, ligaba yo todo lo que hacían mis hermanos, con la excusa que "no los cuidaste", "sos el más grande, enseñales, carajo" y otras tantas... Y ni hablar cuando yo me mandaba una y entre susurros con los dientes apretados y apenas moviendo los labios me decías -parado en la puerta- "pasapadentro"... yo pasaba lo más rápido que podía y aun así la velocidad del chancletazo era directamente proporcional a mi velocidad. Y me enseñaste a comportarme.
Cuando laburaba y me dabas plata contento... Y cuando a veces te pedía me dabas algo (apenas lo suficiente) acompañada con la frase "buscate un laburo, carajo, no tengo para darte todos los días". No me olvido cuando compraste ladrillos para la casa (que para mí eran millones) y me dijiste "andá entrándolos" y empecé pero me lastimé las manos y para seguir usé los guantes de arquero... Y a la noche te mostré mis ampollas (chicas, pero para mí eran enormes) y tu consuelo fue "te falta costumbre"... y yo quería llorar y gritarte... Y me enseñaste a ganarme la plata laburando.
Los retos, el trabajo, la vida en la casa, hacerme responsable de la comida cuando los dos trabajaban hasta las 13:00 hs, pero teníamos que ir a la escuela antes mis hermanos y yo... y obviamente primero comer... Y me enseñaste a cuidar a los míos.
Recuerdo cuando me convertí en héroe local porque fui el primer chico con una moto... Y cuando me retaste y no me dejaste usarla una semana porque el inspector municipal (vecino nuestro) te contó que anduve en contramano. Y me enseñaste a respetar las reglas.
Toda la infancia, la niñez y la adolescencia que pasé, en ese momento era horrible. Pero hoy me di cuenta que no fue así, sino que fue para aprender. Y lo que aprendí de vos, viejo, fueron valores sumamente importantes que no todos los tienen y que (creo) les pasé a mis hijos: lealtad con los amigos, decir la verdad, trabajar, no robar, caminar con la frente en alto, ganarme lo mío rompiéndome el traste laburando, mirar a la gente a la cara, defender mis ideas... y eso, papá, eso no tiene precio.
Te agradezco infinitamente todo lo que me diste, todas las veces que me retaste, todas las veces que me castigaste por alguna macana (chica o grande, no importa), todo lo que enseñaste.
Por eso hoy, viejo querido, te deseo el mejor de los días, el mejor regalo que puedo darte es esto: un agradecimiento eterno por lo que hiciste de mí y que bastante trabajo te costó.
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#YoOpino
